CésarAlemán

El amor no es el problema, lo es el orden.

El amor no es el problema, lo es el orden

De las cosas más comunes en consulta psicológica es ver los problemas psíquicos que causan las relaciones familiares. La familia suele ser la causa más común que termina en visitas al psicólogo, entendiendo familia como el núcleo social, a saber: pareja, padres, hijos, hermanos y, en grados menos frecuentes, familia extensa.

Los problemas psíquicos no son generados por falta de amor en la mayoría de los casos; me atrevería a decir que lo contrario pudiera caer en los casos de excepción. Sin embargo, y como ya lo mencioné, la familia suele ser de las principales causas de visitas al psicólogo. ¿Por qué? Sería la pregunta necesaria.

Para responderla, necesitamos revisar dos vertientes que provienen de las constelaciones familiares y terapias sistémicas bajo el postulado de Bert Hellinger, quien señala que «el orden precede al amor» y que el amor solo puede prosperar dentro de un marco de leyes naturales. A estos últimos, Hellinger los llama «Los órdenes del amor».

Dentro de la construcción de las llamadas constelaciones familiares y organizacionales, él pone de manifiesto que hay tres principios fundamentales bajo los cuales estas relaciones sistémicas deben operar para que sean sanas:

  1. Principio de pertenencia: Todo miembro que pertenece o haya pertenecido a ese sistema tiene el mismo derecho de pertenecer. La exclusión genera sufrimiento tanto al excluido como al sistema.
  2. Jerarquía o prioridad: Quienes llegan primero son los «grandes»; los que llegan después son los «pequeños». Acá se prioriza a los abuelos, padres, mayores del sistema, por el simple hecho de haber llegado primero. La pareja tiene prioridad sobre los hijos, pues llegaron antes que ellos. Cuando alguien quiere ocupar un lugar que no le corresponde, genera carga a quien lo intenta y descontrol en el sistema, a la vez que se viola el primer principio de pertenencia.
  3. Equilibrio entre dar y recibir (compensación): En las relaciones entre iguales (como hermanos, parejas, amigos, compañeros) debe haber un equilibrio entre lo que se da y lo que se recibe, de tal suerte que no genere sentimientos de injusticia. En el caso de los padres hacia los hijos, los padres dan lo más grande (la vida) y los hijos solo pueden compensar a los padres dando vida a sus propios hijos.

Cuando se transgrede alguno de estos órdenes, se produce lo que Hellinger nombra como «amor ciego», que en sus términos se traduce en lealtad inconsciente al sistema, impulsando al o a los miembros del sistema a actuar de manera perpetua en desorden, pudiendo alcanzar a generaciones futuras.

Como podemos ver, el amor como tal no es el problema, es la falta de orden en las formas de manifestar el amor. Un padre que ama profundamente a sus hijos, les procura buena educación, trabaja todo el día para que ellos tengan mejores posibilidades que él, en su descanso comparte con ellos y les deja hacer lo que ellos prefieran para que estos sientan su amor y aprobación. Sin darse cuenta, está impidiendo la experiencia con la vida, que se manifiesta en la negación, en la espera, en la imposibilidad («no todo se puede»), arrebatándoles esas posibilidades de generar «defensas» emocionales para sobrevivir, pues la vida supone conflicto. Ya de suyo es algo que nos cuesta aceptar: lo vemos en negativo; sin embargo, es neutro, es la vida. En la vida se sufre, se disfruta, se triunfa, se pierde, se aprende por la buena y por las no tan buenas.

Las formas del amor en la actualidad están más que edulcoradas, llevándolas a formar burbujas de cristal que intentan proteger a los seres queridos, haciéndolos más frágiles e inaptos para confrontar la vida.

La vida, según este que escribe, no es ni un juego ni una lucha; es un proceso maravilloso que se compone de etapas y en todas ellas se va construyendo una cosmovisión del mundo, que es alimentada por la experiencia y la crianza. Según nuestro sistema familiar, vemos la vida más o menos negra, más o menos feliz, más o menos posible. Luego, en la adolescencia, tenemos una segunda oportunidad para redefinir nuestro propio entendimiento del mundo. Pero si no pudimos movernos en la cosmovisión familiar y esto nos genera incertidumbre o dolor, podemos, como adultos, hacer un viaje hacia el alma, al sistema al que pertenecemos, y acomodar las cosas, darles orden, usando los principios fundamentales de Hellinger. Podemos volver a sentir que pertenecemos o bien hacer las paces en el alma con esa o esas personas que negaste de tu sistema, pero que siguen siendo parte de tu vida y tu constelación, respetando la jerarquía y honrando a los que llegaron antes, y equilibrando lo que das y lo que recibes. Se trata de dejar de hacer de «superhéroe» queriendo salvar a todo el mundo, dar y dar y sentirse frustrado porque se siente que le dan poco, que le deben, cuando es uno el que no está abierto a recibir.

Entonces podemos concluir que, según la tesis de Hellinger, el orden es el «cauce» que permite que el amor fluya como una fuerza de vida y sanación, y que, bien encauzado, es la fuente fundamental de felicidad (paz) y no una fuente de enredo y sufrimiento. La Constelación Familiar busca revelar este desorden inconsciente para que el individuo pueda liberarse de la carga sistémica y vivir su vida con más fuerza, mirando con amor el pasado y sus miembros, y honrando su presente poniendo las bases para los que están por llegar, sin deudas ni tropiezos.

Cèsar Alemán           

04 | Noviembre | 2025