En nuestra calidad de humanos, muchas veces confundimos —o decidimos confundir— el miedo con el amor, al pensar que no queremos perder a la persona amada por amor. Aunque es justo decir que, en muchas ocasiones, es el amor lo que nos lleva a ese miedo, vale la pena detenerse a reflexionar al respecto.
El psiquiatra y escritor Jorge Bucay nos recuerda que “amar es vivir en libertad”. Quien ama de verdad prefiere que su ser amado permanezca a su lado por voluntad propia, porque así lo elige, porque así lo desea, y no por obligación ni por control ejercido desde la pareja. Quien ama sinceramente es capaz de dejar ir a la persona amada cuando esta ya no puede o no quiere seguir a su lado. Y lo hace así, precisamente, porque la ama de verdad.
El motor, dice Bucay, debe ser el amor, no el miedo a la pérdida ni al dolor de un duelo amargo. Es preferible entonces vivir con la ilusión del amor, con el apego a un recuerdo de lo que fue, que con la negación de que ya no lo es más. ¿Es acaso amor cuando la pareja somete y fiscaliza cada movimiento del otro? En esos casos, la individualidad del otro se vuelve una amenaza para la relación, y se activa el miedo a la pérdida:
“¿Y si conoce a alguien más?”
“¿Y si ese alguien le gusta más que yo?”
“No, mejor que no salga con nadie. Así solo me verá a mí, porque yo soy el objeto de su amor y nadie más.”
Y entonces el miedo a la pérdida se convierte en tortura, para ambos.
Ese martirio persecutorio, siniestro, nace de un miedo terrible e inmanejable a la pérdida del ser «amado». Y decimos que lo hacemos porque lo queremos mucho… pretendemos que nos crean. ¡Vaya que somos descarados, y encima mentirosos! La verdad es que nos cuesta aprender a soltar. No hemos podido darnos cuenta de que el camino que conduce al crecimiento pasa por elaborar los duelos necesarios e inevitables. Dejar el pasado en el pasado es condición indispensable para avanzar hacia lo que sigue.
Si de noche lloras
porque el sol no está,
las lágrimas
te impedirán ver las estrellas.
—Rabindranath Tagore
Aferrarnos a lo que ya no está nos impide disfrutar del presente. Enfrentarse a la pérdida, por el contrario, es aceptar el duelo; es comprender que aquello que era, ya no es más, o por lo menos, ya no es como era. En palabras de Heráclito:
“No es posible bañarse dos veces en el mismo río, pues el río no trae la misma agua ni yo soy el mismo.”
No se trata de cambiar por cambiar, ni de romper una relación por trivialidades o una mala racha. No se trata de dejar por capricho, ni de abandonar “porque sí”. Se trata de reconocer cuando algo ha muerto, cuando algo ha terminado. Entonces, es momento de soltar, sin usar el amor como escudo para esconder el miedo a la pérdida.
Cuando ya no sirve, cuando ya no quiere, cuando ya no es… es tiempo de soltar.
¿Qué pasa cuando? es la contraparte quien, un día, al regresar a casa, te mira a los ojos y con mucho valor te dice: “Ya no te amo más”
¿Qué pasa? Dolor. Tristeza. Angustia. Y más dolor.
La pregunta es:
¿Quieres seguir viviendo con alguien que ya no te quiere?
La pregunta es para ti. Ella ya lo ha resuelto: no quiere seguir. Pero, ¿y tú?
Tal vez dirás: “¡Pero la quiero enormemente!”
¿Es esto suficiente?
Aunque sientas que sí… la verdad es que no.
Si de verdad la amas tanto como dices, no la atrapas, no la agarras, no te aferras, no aprisionas… Amas en libertad y das libertad de decisión a la persona amada. No porque te dé igual, sino porque te importa mucho. Abres la puerta porque, como dice Bucay, “No hay amor que no se apoye en la libertad.”
Confundir el miedo a la pérdida con amor es un camino seguro hacia la amargura personal y en pareja. Es sinónimo de autoperjuicio y autosabotaje; refleja problemas de amor propio y de autoconcepto. Es no darnos cuenta de que, para amar, hay que amarse a uno mismo también. Muchas veces, el amar a otros nos enseña a amarnos mejor, pero para ello hay que tomar conciencia y caminar en esa dirección.
El amor es una palabra muy grande, y por eso mismo le hemos cargado demasiado: miedos, complejos, patologías, egoísmos, banalidades… Todo aquello que creemos que cabe en el amor. Y así terminamos confundidos, escudándonos detrás del «amor» para justificar agresiones pasivas hacia nosotros mismos y hacia los demás, especialmente hacia quienes más amamos.
Desde mi perspectiva, es un deber personal conocernos, aceptarnos y, por ende, aceptar a los otros, empezando por la familia nuclear. De este modo, las relaciones interpersonales se transforman en una forma sana y constructiva de explorar el mundo exterior. No hay receta mágica ni “tips” infalibles para aprender a amar o saber cuándo es amor y cuándo no lo es. Cada vida es un universo completo. Aunque existen pautas que nos orientan, recorrer el camino del amor es un trabajo profundamente personal.
Cèsar Alemán
17 | Abril | 2025