No, si por el nombre del artículo piensas que vamos a hablar de vidas de élite o glamurosas, este no es el artículo que vas a leer.
Quiero traerte la perspectiva de lo que hay detrás de la mirada del hombre en nuestros días cuando pensamos en el mar. Claro está, puede haber un sesgo muy grande en mi redacción, dado que más de la mitad de mi vida me he dedicado al turismo, y gran parte de lo que he hecho ha estado relacionado con el turismo de sol y playa.
Sin embargo, iniciaré con una anécdota que me contaron cuando trabajé en una cadena internacional de hotelería. Me dijeron que el propietario de esa cadena heredó las tierras de su padre en las playas —o zonas colindantes con el mar— no por ser el hijo privilegiado, sino todo lo contrario. Hubo alguien más que heredó las tierras donde se podía sembrar o pastorear ganado. En aquellos momentos, esas eran las tierras productivas y mejor valoradas.
Digamos que, varias décadas después, las tierras de mayor valor son las que están a pie de playa o colindantes con el mar. El valor del mar, a lo largo de la historia del hombre, ha cambiado según sus usos y enfoques: acceso a rutas marítimas de guerra o comercio, puerta para explorar sus profundidades y entender mejor el mundo en que vivimos, un lugar con climas más cálidos o frescos. Por supuesto, también es un lugar estratégico para hoteles, restaurantes y turismo, por su valor recreativo y monetario. Pero si lo vemos desde un enfoque poético o filosófico, el mar representa profundidad, y nos da una mirada cercana a lo que sería la inmensidad.
Una vida con vista al mar, hoy día, puede ser en efecto un privilegio elitista reservado para quienes han privatizado esa vista al construir elegantes edificios o complejos turísticos, permitiendo que solo algunos disfruten de tan preciado paisaje. Un departamento en una torre con vista al jardín (la parte trasera de un edificio frente al mar) puede costar hasta un 40 % menos que uno con vista panorámica al océano. Ni se diga de la renta de habitaciones de hotel bajo esa misma premisa. Entonces, vamos: ¿qué hay detrás de este deseo de tener una vista directa al mar?
Podemos abordarlo desde lo emocional: en un mundo lleno de caos y con espacios públicos limitados, el poder tener una visión amplia hacia la inmensidad relajante del mar nos genera emociones de tranquilidad y puede llevarnos a estados emocionales más positivos.
Si lo vemos desde lo artístico, tener la posibilidad de ver bellos atardeceres con un sol que pinta todo de rojo, naranja o tenues amarillos es precioso. Sin embargo, presenciar una tormenta frente al mar, con tonos azulados y grises atravesados por relámpagos, forma parte de esa belleza misma que el ser humano aprecia. ¿Cómo no podría despertar el impulso de dibujar, pintar, tocar, o escribir canciones o poemas?
Exclusividad y estatus: claro que cada vez es más común que este tipo de vistas sean acaparadas por estructuras capitalistas que privatizan todo aquello que genere interés en el ser humano, todo aquello que pueda ser transformado en incremento de márgenes de utilidad.
El mar representa el 71 % de la superficie del planeta, y se dice que conocemos menos del 20 %. Es decir, un 80 % de lo que hay en sus profundidades nos es aún ajeno. Hay muchas barreras y condiciones que debemos superar para poder adentrarnos en ellas. Ha sido a través de la imaginación y de diversas expresiones artísticas que hemos conocido —o, mejor dicho, nos hemos aproximado— al mar.
Habiendo dicho lo anterior, quiero invitarte, amigo lector, a que pienses en ti, en tu profundidad, en cómo tu mente consciente maneja información del presente y recurre constantemente a tu memoria para nutrirse y hacer su trabajo racional. Sin embargo, hay dentro de ti un mar, un inconsciente profundo que, al estar frente a su homólogo —el mar exterior—, conecta de maneras que no comprendemos del todo, que incluso percibimos de forma sutil pero innegable.
Hoy, en nuestros días, donde cada vez más tenemos acceso a este tipo de información (que a menudo termina siendo excesiva y se transforma en desinformación), debería ser evidente que el atractivo del hombre tardo-moderno hacia el mar obedece a que este refleja su propio desconocimiento de sí mismo.
Una vida con vista al mar, desde mi punto de vista personal, es una invitación a mirar hacia adentro, hacia ese mar inconsciente que vive dentro de ti, y que es aún más inexplorado que el mar mismo. Ahí, mi querido lector, están las respuestas que estás buscando, y sobre todo, las que aún no estás buscando pero que son las más urgentes y apremiantes para ti. Para una vida en equilibrio, una vida consciente.
Una vez más, te recuerdo al fuera de serie Sócrates:
“Una vida sin reflexión no merece ser vivida.”
Cèsar Alemán
26 | Junio | 2025